Nota para el viajero


en este blog intento reunir dos de mis más salvajes obsesiones: el arte y la literatura; está dedicado a todos los creadores que de alguna manera siempre me acompañan y han pasado a formar parte de mi manera de entender el mundo...

no soy un "conocedor" académico... así que no me exijan ni tesis doctorales ni razonamientos consecuentes...


martes, 10 de abril de 2012

Alfred Jarry, enfant terrible y patafísico

ALFRED JARRY
1873-1907




BREVE PRESENTACIÓN INTRASCENDENTE

Alfred Jarry nace en Laval (Francia), en 1873, y su obra anticipa movimientos tan importantes como el dadaísmo y el teatro del absurdo.

En su ciudad natal recibe una esmerada educación. Siendo adolescente, escribe sus primeros textos literarios, crea el personaje del padre Ubu como burla hacia uno de sus profesores del instituto, el Sr. Hébert (cuyo apellido haría derivar a Père Heb, y de ahí a Père Ubu), quien según Jarry encarnaba "todo lo grotesco que pueda haber en el mundo".

En octubre de 1891 llega a París para estudiar en el Instituto Henri IV donde será alumno de Henri Bergson. Tras el bachillerato se presenta en tres ocasiones al concurso de acceso a la École Normale Supérieure, pero no logra superar la prueba.

Al año siguiente es reclutado por el ejército, pero no dura mucho allí. Cuentan que la sastrería militar no disponía de uniformes de la talla de nuestro hombre; los pocos que le pudo conseguir le quedaban tan sumamente grandes que su porte provocaba hilaridad instantánea en todo aquel que lo veía; a consecuencia de ello era excusado con regularidad de los ejercicios militares, y finalmente fue dado de baja del servicio por "razones médicas".

Obtiene pronto éxito literario con sus poemas en verso y su prosa original. A los veinte años publica su primera obra. Poco después muere su madre; y a los dos años, su padre, quien le deja una cuantiosa herencia, lo cual, sumado al éxito temprano de sus obras, le permite llevar una existencia despreocupada durante buena parte de su vida.

Se convierte en un habitual de los cenáculos frecuentados por los poetas simbolistas. Y conoce a Marcel Schwob, Alfred Vallette (director del Mercure de France) y su mujer Rachilde. En la casa de la pareja, da en 1894 la primera representación de Ubú Rey.

De 1894 a 1895, dirige con Remy de Gourmont la revista artística Ymagier.

En 1896 estrena Ubu Rey en París. La representación es caótica y fue interrumpida varias veces, tanto por los abucheos de los ofendidos como por los vítores de los vanguardistas.

William Yeats, que pese a su mal francés presenció el estreno, escribió en su diario a propósito de esa noche "Después de nosotros, El Dios Salvaje".


Ubu Rey es una comedia satírica en la que se mezclan referencias a Macbeth con los excesos de un monarca tan tirano como cobarde, y cuya trama da lugar a situaciones llevadas al absurdo. Su elogio de lo grotesco fue una patada a la estética acartonada de las representaciones teatrales de los simbolistas del XIX. Significaría una renovación de la escritura dramática, la puesta en escena, el vestuario y el maquillaje, y la actitud del actor ante la obra y el espectador.

Pese a que ese año sólo se representó dos veces, el éxito es inmediato. Sin embargo, poco a poco Jarry se va dejando devorar por el personaje, y aplica para sí la máscara grotesca que él mismo ha credo; adopta un habla sincopado y pedante, y es famoso por sus excentricidades. Camina siempre por París con una pistola en el cinto, es gran bebedor de absenta y diestro con la espada. Como buen fanático de las bicicletas adora circular a toda velocidad por los empedrados de la ciudad.

Una tarde, en un jardín donde solían jugar los niños, Jarry disfrutaba disparando a los pájaros con su revólve. Una dama le protestó «Va usted a matar a mis hijos». A lo que Jarry respondió «No se preocupe, señora, le haremos otros».


En 1897, Jarry ya ha agotado su herencia y tiene que dejar sucesivamente su lujoso piso del 162 Boulevard Saint-Germain, luego el del Boulevard de Port-Royal, para acomodarse en un modesto apartamento del 7 rue de la Cassette, en el distrito VI de París. Este último apartamento tiene los techos tan bajos que todos sus amigos se ven obligados a permanecer encorvados cuando van a visitarle.

En sus últimos años contaba con un buen número de jóvenes seguidores, entre los que se contaban Max Jacob, Apollinaire, Enrico Baj y Pablo Picasso.

Su economía se va degradando a la vez que su salud. A pesar del éxito, se encuentra arruinado y perseguido por sus acreedores, por lo que a partir de 1906 reside en Laval, en casa de su hermana Charlotte, con algunas breves estancias en París.

Muere en París el día 1 de noviembre de 1907 de una meningitis tuberculosa, en el Hospital de la Caridad, a los treinta y cuatro años.

Antes de morir, al preguntarle sus amigos cual era su último deseo.... pidió un mondadientes.

Después de su muerte, Pablo Picasso adquirió el revólver de Alfred Jarry y parece que acostumbraba pasearlo por las calles de Paris.


Su obra póstuma, Gestas y opiniones del Doctor Faustroll, patafísico describe las enseñanzas de su alter ego el Dr. Faustroll, nacido a los 63 años y pionero de la "patafísica", “ciencia de las soluciones imaginarias que otorga simbólicamente a las delineaciones de los cuerpos las propiedades de los objetos descritas por su virtualidad”.

En la Patafísica todo suceso del universo es una excepción, y las leyes de la física no son más que las excepciones que se repiten con mayor frecuencia.

La Patafísica sobrevió a su creador, y en 1948, se funda el Collége de Pataphysique, como contrapunto irónico al prestigioso Collége de France. Desde entonces han contado con ilustres socios, entre los que se cuentan Raymond Queneau, Jacques Prevert, Max Ernst, Eugene Ionesco, Joan Miró, Boris Vian, Marcel Duchamp, Jean Dubuffet, y René Clair, entre otros.



Fuentes:
http://es.wikipedia.org/wiki/Alfred_Jarry
http://escritores.wordpress.com/2007/01/18/ubu-rey-de-alfred-jarry-por-francisco-cenamor/
http://mexiqueculture.pagesperso-orange.fr/nouvelles6-arrive.htm
http://www.colegaweb.org/index.php/cultura-noticias-111/2794-alfred-jarry-el-iniciador-del-teatro-del-absurdo
http://www.filosofia.tk/versoados/articulos/articulo_alfredjarry.htm




COSTUMBRES DE LOS AHOGADOS

Hemos tenido ocasión de entablar relaciones bastantes íntima con estos interesantes borrachos perdidos del acuatismo. Según nuestras observaciones, un ahogado no es un hombre fallecido por sumersión, contra lo que tiende a acreditar la opinión común. Es un ser aparte, de hábitos especiales y que se adaptaría a las mil maravillas a su medio si se lo dejase residir un tiempo razonable.

Es notable que se conserven mejor en el agua que expuestos al aire. Sus costumbres son extrañas y, aunque ellos gustan desempeñarse en el mismo elemento que los peces, son diametralmente opuestas a la de éstos, si se permite expresarnos así. En efecto, mientras los peces, como es sabido, navegan remontando la corriente, es decir en el sentido que exige más de sus energías, las víctimas de la funesta pasión del acuatismo se abandonan a la corriente del agua como si hubieran perdido toda energía, en una perezosa indolencia. Su actividad sólo se manifiesta por medio de movimientos de cabeza, reverencias, zalemas, medias vueltas y otros gestos corteses que dirigen con afecto a los hombres terrestres. En nuestra opinión, estas demostraciones no tienen ningún alcance sociológico: sólo hay que ver en ellas las convulsiones inconscientes de un borracho o el juego de un animal.

El ahogado señala su presencia, como la anguila, por la aparición de burbujas en la superficie del agua. Se los captura con arpones, lo mismo que a las anguilas; el uso de garlitos o líneas de fondo resulta a este efecto menos provechoso.

En cuanto a las burbujas, se puede caer en el error por la gesticulación desconsiderada de un simple ser humano que sólo se halla en el estado de ahogado provisorio. En este caso, el ser humano no es en extremo peligroso y en todo comparable como lo hemos dicho más arriba, a un borracho perdido. La filantropía y la prudencia exigen distinguir dos fases en su salvamento: 1) la exhortación a la calma; 2) el salvamento propiamente dicho. La primera operación, imprescindible, se efectúa muy bien por medio de un arma de fuego, pero hay que estar familiarizado con las leyes de la refracción; en la mayoría de los casos, basta con un golpe de remo. Sólo queda - segunda fase - capturar al objeto por el mismo método que a un ahogado ordinario.

Es raro que los ahogados se desplacen formando bancos, a la manera de los peces. De ello se puede inferir que sus ciencias sociales son aún embrionarias, a menos que se juzgue más simple suponer que su combatividad y valor guerrero es inferior al de los peces. Es por ello que éstos se comen a aquellos.

Estamos en condición de probar que hay un solo punto en común entre los ahogados y los demás animales acuáticos; desovan como los peces, aunque sus órganos reproductores, para el observador superficial, parezcan conformados como los de los humanos. Desovan, a pesar de esta grave objeción: ninguna ordenanza de la prefectura protege su reproducción por la veda momentánea de su pesca.

Corrientemente, un ahogado se vende a 25 francos en el mercado de la mayoría de los departamentos, constituyendo una fructífera y honesta fuente de recursos para la población ribereña. Sería pues de interés patriótico fomentar su reproducción; de lo contrario, a falta de esa medida, sería grave la tentación, para el ciudadano ribereño y pobre, de fabricar ahogados artificiales, igualmente merecedores de la prima, por medio del maquillaje por vía húmeda de otros ciudadanos vivos.

El ahogado macho, en la estación del desove, que dura casi todo el año, se pasea en su desovadora, descendiendo como de costumbre la corriente, la cabeza hacia adelante, la cintura levantada, las manos, los órganos de desove y los pies meneándose sobre el agua. Permanece de buen grado balanceándose entre las hierbas. Su hembra también desciende la corriente, con la cabeza y las piernas volcadas hacia atrás y el vientre al aire.

Así es la vida.



LA EXISTENCIA DEL PAPA

(Pasquino y Marlorio, las dos célebres estatuas romanas, dialogan)

MARFORIO
¿Qué noticias hay?

PASQUINO
El fin del mundo está cerca; lo veo en ciertos signos: los caminos ya no llevan a Roma, sino que parten de ella.

MARFORIO
¿Quiere usted decir que S. M. Victor Manuel parte de Roma para ir a París?

Me pregunto si la cortesía parisiense dará al original la acogida que niega a su imagen. En una palabra, si, en ocasión de su visita, dará curso legal a las piezas de moneda que llevan su imagen y que se ha obstinado en rechazar.

PASQUINO
No todas. En cuanto al rey, circulará libremente, por montes y valles, más allá de los montes y más allá de los valles y por ferrocarril y en coche; libremente, es decir, en medio de los bravos y las avalanchas de una multitud gritona, encerrado en un vehículo rodeado de policías. Un rey es siempre una buena pieza.

MARFORIO
No en su país. Pero usted no me ha comprendido, Pasquino. Le preguntaba: ¿Qué noticias hay... importantes?

PASQUINO
¿Qué noticias... de mi salud?

MARFORIO
No pasquinee usted en estas dolorosas circunstancias en que la Cristiandad está en juego. Su salud de usted es excelente, mi querido colega de piedra. ¿Qué noticias hay, Pasquino, de la salud de Su Santidad?

PASQUINO
Pero si ya le he contestado, Marforío: todos los caminos parten de Roma, incluso el que lleva de Roma al cielo.

MARFORIO
¿Qué quiere usted decir? ¿Ha muerto el Papa?

PASQUINO
El Papa no ha muerto. Tiene muy buenas razones para ello.

MARFORIO
¡El cielo sea loado! ¿Entonces Su Santidad está mejor?

PASQUINO
¡Ah, no! No está mejor. También tiene muy buenas razones para ello.

MARFORIO
Es entonces que la enfermedad no se ha agravado y que el estado del Santo padre es estacionario. ¡Penosa pero consoladora incertidumbre!

PASQUINO
Es lo que se llama la infalibilidad papal. Escúcheme bien, Marforio, voy a confiarle a usted un secreto: el Papa no está ni muerto, ni curado, ni enfermo, ni vivo.

MARFORIO
¿Cómo?

PASQUINO
Ninguna de esas cosas. No hay ningún Papa, nunca ha habido el menor rastro del Papa León XIII.

MARFORIO
Pero los diarios están llenos de relatos de personas que han sido recibidas por él en audiencia y de detalles de su enfermedad.

PASQUINO
La vanidad humana es crédula. Y usted, Marforio, ¿lo ha visto?

MARFORIO
Usted sabe muy bien que, como somos de piedra, los desplazamientos nos resultan difíciles. No, por cierto, no he ido a ver al Papa. Me movilizaré un día hasta el Vaticano si me cargan en una carroza, como a un embajador, o si le ponen ruedas y un motor a mi pedestal. Pero que yo no lo haya visto no es una razón para que el Papa no exista. Usted, Pasquino, ¿acaso ha visto a Dios?

PASQUINO
Si lo hubiera visto desconfiaría. Sólo se muestra aquello que no es seguro, para inspirar confianza. Esta es la verdad, Marforio; el Cónclave, reunido a puertas cerradas...

MARFORIO
Sí; el Cónclave es con clave.

PASQUINO
Eligió clandestinamente un papa..., el más viejo y moribundo de los cardenales. Y de pronto, a continuación, ese viejo casi difunto se puso a gozar de una extraordinaria longevidad ..

MARFORIO
Como si no hubiera hecho más que eso durante toda su vida.

PASQUINO
Precisamente, durante toda su vida no había tenido ninguna aptitud para ese deporte y se lo eligió porque habría de morir en poco tiempo. No hay ningún Papa vivo, Marforio: hay un hombre hábilmente embalsamado o un autómata perfeccionado, irrompible e infalible...

MARFORIO
No estaría mal que el poder espiritual no conservara nada de temporal.

PASQUINO
¡Hay sobre todo -medite usted esto, Marforio- una tiara! Piense en los holchos recientes. La Cristiandad la ha pagado exactamente...con el dinero de San Pedro.

MARFORIO
Pero ¿y las punciones?

PASQUINO
No le hacen punciones: ¡le dan cuerda!

MARFORIO
¿Y esos frascos que trae el doctor Rossini?

PASQUINO
Simple refresco para los reporteros sedientos.

MARFORIO
¿Su Santidad no sería entonces más que una invención, una noticia falsa creada por los periodistas?

PASQUINO
Agregue usted: anticlericales.



EL CEREBRO DEL AGENTE DE POLICÍA

Sin duda se recordará este reciente y lamentable asunto: al ser practicada la autopsia, se halló la caja craneana de un agente de policía vacía de todo rastro de cerebro y rellena, en cambio, de diarios viejos. La opinión pública se conmovió y asombró por lo que fue calificado de macabra mistificación. Estamos también dolorosamente conmovidos, pero de ninguna manera asombrados.

No vemos por qué se esperaba descubrir otra cosa que la que se ha descubierto efectivamente en el cráneo del agente de policía. La difusión de las noticias impresas es una de las glorias de este siglo de progreso; en todo caso, no queda duda de que esta mercadería es menos rara que la sustancia cerebral. ¿A quién de nosotros no le ha ocurrido infinitamente más a menudo tener en las manos un diario, viejo o del día, antes que una parcela, aunque fuera pequeña, de cerebro de agente de policía? Con mayor razón, sería ocioso exigir de esas oscuras y mal remuneradas víctimas del deber que, ante el primer requerimiento, puedan presentar un cerebro entero. Y, por otra parte, el hecho está allí: eran diarios.

El resultado de esta autopsia no dejará de provocar un saludable terror en el ánimo de los malhechores. De aquí en más, ¿cuál será el atracador o el bandido que vaya a arriesgarse a hacerse saltar la tapa de su propio cerebro por un adversario que, por su parte, se expone a un daño tan anodino como el que puede producir una aguja de ropavejero en un tacho de basuras? Quizás, a algunos demasiado escrupulosos pueda parecerles en cierta manera desleal recurrir a semejantes subterfugios para defender a la sociedad. Pero deberán reflexionar que tan noble función no conoce subterfugios.

Sería un deplorable abuso acusar a la Prefectura de Policía. No negamos a esta administración el derecho de muñir de papel a sus agentes. Sabemos que nuestros padres marcharon contra el enemigo calzados con borceguíes también de papel y no ha de ser eso lo que nos impida clamar indomable y eternamente, si es necesario, por la Revancha. Pretendemos solamente examinar cuáles eran los diarios de que estaba confeccionado el cerebro del agente de policía.

Aquí se entristecen el moralista y hombre culto. ¡Ah!, eran La Gaudriole, el último número de Fin de Siécle y una cantidad de publicaciones algo más que frívolas algunas de ellas traídas dé Bélgica de contrabando.

He ahí algo que aclara ciertos actos de la policía, hasta hoy inexplicables, especialmente los que causaron la muerte de héroe de este asunto. Nuestro hombre quiso, si recordamos bien, detener por exceso de velocidad al conductor de un coche que se hallaba estacionado, y el cochero, queriendo corregir su infracción, sólo atinó, lógicamente, a hacer retroceder su coche. De allí la peligrosa caída del agente, que se hallaba detrás. No obstante, recobró sus fuerzas, luego de unos días de reposo, pero, al ser intimado a recobrar al mismo tiempo su puesto de servicio, murió repentinamente.

La responsabilidad de tales hechos atañe indudablemente a la incuria de la administración policial, que en adelante controle mejor la composición de los lóbulos cerebrales de sus agentes, que la verifique, si es menester, por trepanación, previa a todo nombramiento definitivo; que la pericia médico-legal sólo encuentre en sus cráneos... No digamos una colección de La Revue Blanche y de Le Cri de Paris, lo cual sería prematuro en una primera reforma; tampoco nuestras obras completas: a ello se opone nuestra natural modestia, tanto más que esos agentes, encargados de velar por el reposo de los ciudadanos, constituirían más bien un peligro público con la cabeza así rellenada.

He aquí algunas de las obras recomendables en nuestra opinión para el uso: 1) El Código Penal, 2) Un plano de las calles de París, con la nomenclatura de los distritos, el cual coronaría el conjunto y representaría agradablemente, con su división geográfica, un simulacro de circunvoluciones cerebrales: se lo consultaría sin peligro para su portador por medio de una lupa, fijada luego de la trepanación; 3) un reducido número de tomos del gran diccionario de Policía, si nos arriesgamos a prejuzgar por su nombre: La Rousse y sobre todo, una rigurosa selección de opúsculos de los miembros más notorios de la Liga contra el abuso de tabaco.



DE LA ISLA DE PTYX

A Stéphane Mallarmé


La isla de Ptyx está hecha de un solo bloque de piedra de este nombre, la cual es muy estimable, pues se ha visto que sólo ella compone esta isla enteramente. Tiene la traslucidez serena del zafiro blanco y es la única gema cuyo contacto no produce frío sino que el fuego entra y se instala en ella, de la misma manera que en la digestión el vino. Las demás piedras son frías como el grito de las trompetas; ésta tiene el calor precipitado de la superficie de los timbales. Nosotros pudimos fácilmente abordarla, pues estaba tallada en forma de tabla y creímos poner pie en un sol purgado de las partes opacas o demasiado reflectantes de su llama, como las antiguas lámparas ardientes. En ella no se percibían ya los accidentes de las cosas, sino la sustancia del universo, por lo que no nos inquietamos si la superficie irreprochable era de un líquido equilibrado según las leyes eternas, o de un diamante impenetrable, salvo por la luz que cae vertical.

El señor de la isla vino hacia nosotros en un barco: la chimenea hacía redondas volutas azules detrás de su cabeza, ampliando el humo de su pipa e imprimiéndolo en el cielo. Y con el bamboleo alternativo, su silla basculante sacudía sus gestos de bienvenida.

De debajo de su manta de viaje sacó cuatro huevos con el cascarón pintado, que dio al doctor Faustroll, después de beber. A la luz de nuestro ponche la eclosión de los gérmenes ovales floreció sobre la orilla de la isla: dos columnas distantes, aislamiento de dos prismáticas trinidades de flautas de Pan, se abrieron en el chorro de sus cornisas, puño de mano cuadrigital de los cuartetos del soneto; y nuestro as meció su hamaca en el reflejo recién nacido del arco del triunfo. Dispersando la curiosidad velluda de los faunos y el encarnado de las ninfas desadormecidas por la melodiosa creación, el barco claro y mecánico hizo retroceder hacia el horizonte de la isla su aliento azulino y la silla movediza que decía adiós.



LOS NUEVOS TIMBRES

Cuando se desea mantener correspondencia con allegados momentáneamente alejados, hay una superstición humana que consiste en arrojar en orificios ad hoc, análogos a las bocas de tormenta, la expresión escrita de la propia ternura, después de haber fomentado, por medio de algún donativo, el por lo demás funesto negocio del tabaco, adquiriendo en recompensa pequeñas imágenes, sin duda benditas, a las que se besa devotamente por detrás. No es este el lugar para criticar la incoherencia de esas maniobras; es indiscutible que, por este medio, es posible establecer comunicaciones a distancia.

Esta costumbre es seguramente antigua, ya que esas figuritas -los timbres, para llamarlos por su nombre- son muy conocidas. Por esta razón nos sentimos desagradablemente sorprendidos cuando, hace pocos días, un vendedor de tabaco nos entregó, a cambio de nuestros quince céntimos de buen cobre, una efigie inédita, lo que nos sumió en la misma perplejidad que si nos hubiera dado una pieza falsa. De nada nos sirvió objetar ante el comerciante que su nuevo timbre de quince céntimos era poco agradable de ver y que no pensábamos que pudiera venderlo tanto como el anterior. En vano apelamos a su moralidad, ya que la viñeta representa una escena más bien lamentable: una dama ciega y con un brazo en cabestrillo, sentada en una silla de tijera, apiada a los transeúntes por medio de un cartel que promete al hombre todos los derechos sobre su persona; sobre su cabeza se balancea un farol con el número de su casa. El precio se eleva, para los extranjeros, hasta veinticinco céntimos, aunque la dama es siempre la misma.

Los timbres de 40 y 50 céntimos y de un franco tienen el formato de una cubierta de álbum y están suntuosamente impresos a dos colores, pero no hemos podido adivinar cuál puede ser su uso. Se dice que hay viejos pródigos que pagan los ejemplares de lujo hasta dos y cuatro francos.

Los timbres de 1, 2 y 5 céntimos nos parece que satisfacen todas las exigencias: su marco en forma de herradura de caballo alado los hace apropiados ora como marca para el herrero, ora como ex libris para el poeta, en el segundo caso a causa de Pegaso. No podemos menos que aconsejar encarecidamente el reemplazo, en toda ocasión, de los timbres de dos y cuatro francos por la cantidad que sea necesaria de estos otros.

Los contribuyentes, que mantienen a la policía para que persiga a los vendedores de cartas transparentes, compran y hacen circular este museo de horrores; los compran y -¡siendo tan simple escupir sobre ellos!- los lamen.



EL ATAUD DE LA REINA VICTORIA

Nos felicitarnos de no haber revelado, antes de que hubiera pasado todo Peligro, la terrorífica noticia que va a leerse ahora. Hemos contribuido así a evitar un desastroso pánico. Por poco Europa hubiera debido lamentar la muerte, causada por el más inaudito de los atentados, de varios soberanos y una infinidad de oficiales superiores, reunidos con motivo del entierro de la reina Victoria. La catástrofe ha sido evitada gracias a la intrépida discreción de los organizadores de los funerales.

Quizás el público no haya podido comprender por qué el coche fúnebre era un carruaje de artillería, ni la razón de las maniobras, deportivas pero extrañas, de los portadores del ataúd real -cuyo peso estaba evaluado en trescientos kilos-, que "se entrenaron" previamente con otro ataúd de quinientos kilos. Que ese público sepa hoy que acaba de escapar a la más audaz de las tentativas de los anarquistas londinenses: en el ataúd, actualmente empotrado en una bóveda para preservar su eterna seguridad, ¡el cadáver de la Reina había sido sustituido por trescientos kilos de dinamita! Si todo peligro quedó conjurado, se lo debemos a las perfectas condiciones, metódicamente adquiridas, de los músculos de los portadores. Pero inquiriremos tímidamente, ¿era realmente necesario que en el ataúd de entrenamiento, ahora olvidado entre accesorios fuera de uso en algún campo de fútbol o de golf, y aun aceptando la legítima excusa de que era necesario completar rápidamente y con cualquier material el peso de quinientos kilos, era necesario, insistimos, introducir en él justamente los venerables restos de la Reina?


ACCIDENTES DE FERROCARRIL

Por un curioso instinto atávico las multitudes experimentan todavía una inexplicable necesidad de esconderse en el interior de cosas cerradas y de aspecto agresivo, tal como lo hacía el hombre primitivo en las cavernas. El vestigio más fácil de estudiar de esta tendencia es la afluencia de viajeros a los vagones de ferrocarril. Desgraciadamente, esos extraños impulsivos son a menudo víctimas de su retorno a la barbarie -la edad del hierro no significa un gran progreso sobre la de la piedra-, y en el choque de trenes de esta quincena se extinguió un gran número de especímenes de esta clase de trogloditas. La civilización ambiente está demasiado desarrollada para permitir que se desarrollen en adelante muchos de esos locos o desesperados. ¿Pues no es acaso cosa de locos o de desesperados dejarse encerrar buenamente en jaulas rodantes, a merced de alguien que no tiene otra idea que la de arrastrarlos no se sabe adónde, a toda velocidad, sobre vías complicadas de ex profeso, de manera que se entrecruzan en la mayor cantidad posible de puntos?


PROTEJAMOS AL EJERCITO

Si la celosa actividad del ministro de Guerra no decrece, dentro de poco habrá fenecido cierta asociación de personas armadas, bien conocida bajo el nombre abreviado de ejército. En efecto, es presumible que, de supresión de abuso en supresión de abuso, por fin no quedará nada. Ya es hora de que los historiadores, los folkloristas y los conservadores de monumentos nacionales se preocupen por esa inminente desaparición. Si es de incumbencia de esos funcionarios el velar por la conservación de la parte muerta del ejército -trofeos de victorias o reliquias de derrotas- no menos les corresponde el mantenimiento de la parte viva: la generación bajo banderas, debidamente cobijada en otros locales igualmente dispuestos a ese efecto. De esta manera será salvaguardada, presente y permanente, la noción de militar, indispensable para la felicidad de los hombres, ya que implica la noción de civil. A causa de ella, la mayoría de las familias francesas juzgan incompleta la educación de sus hijos si no los envían, durante un período de uno a tres años, a realizar observaciones personales sobre la existencia del soldado. Vuelven maduros para la vida burguesa y gratificados con el certificado de buena conducta, en el que consta que "han servido a su patria con honor y fidelidad", pero ya no tienen oportunidad de servirla más que durante periodos que no exceden los veintiocho o trece días por vez.



ENSAYO DE DEFINICION DEL CORAJE

Hemos hablado aquí del duelo y, más extensamente, del ejército. Nuestra intención era llegar a una definición del coraje. Pero siempre ocurrió que perdimos la ilación de nuestras asociaciones de ideas, lo cual probaría bastante válidamente que no había ninguna relación esencial entre las dos ideas precisadas y el coraje, con el cual se las relaciona comúnmente.

El coraje es un estado de calma y tranquilidad frente a un peligro, estado rigurosamente semejante al que se experimenta cuando no existe ningún peligro. De esta definición por lo menos provisoria resulta que el coraje puede ser adquirido por dos medios: 1º) alejando el peligro; 2º) alejando la noción de peligro.

La primera actitud corajuda es la del hombre que, en razón de su fuerza natural o, más a menudo, merced a armas que se ha procurado y ha aprendido a manejar, se pone al abrigo del peligro. La lluvia nos preocupa menos si nos hallamos bajo un techo o un paraguas y el rayo si estamos bajo un pararrayos en cuyo buen funcionamiento creemos; a la vez, es extremadamente raro que un hombre vigoroso y armado hasta los dientes se intimide ante un adversario notoriamente débil y desprovisto de medios de defensa. El esquema más verosímil del coraje nos parece ser el siguiente: Hércules, con su maza levantada sobre la cabeza de un niñito que apenas comienza a caminar y entrevé las ganas de disparar. La tendencia a la realización de este tipo de ideal del coraje se manifiesta en los ejércitos permanentes y en todo el aparato de las armas. En este primer caso, el estado del coraje es una seguridad.

En el segundo caso, aquel en el cual el macizo valiente armado encuentra a otro más robusto y mejor armado, el coraje no puede ser otra cosa que ignorancia o distraída atención. Esta ignorancia se sostiene con conceptos variados y diversas formas de lenguaje. De esta manera, cada pueblo se repite a sí mismo que es el más corajudo de la tierra y que se halla "a la cabeza" de la humanidad. Desgraciadamente, la humanidad es una especie de animal redondo con cabezas en todo su contorno.

Pero aún Gerardo el Matador de leones olvidaba a la fiera para pensar en el prestigio de Francia alzado por él ante los ojos de los árabes.

Un excelente dispositivo que sirve para distraer la atención de un sujeto temible es aquél que sirve para separar al toro, en las corridas, de un objeto por el cual no siente demasiado temor: hablamos del uso de un trozo de trapo de color deslumbrante; sus efectos son diferentes según se lo presente a una temible bestia o a un pueblo débil. Acabamos de reconstruir la invención de la bandera.



CIEN MIL PERSONAS SECUESTRADAS

Los secuestros están de moda: después de la reclusa de Poitiers, los diarios nos han revelado el caso de un anciano de ochenta y un años que fue martirizado por sus hijos. Estamos personalmente informados de la historia auténtica de otro viejo que hace unos años apeló a la caridad de un pintor filántropo muy conocido, el señor H. R. Este lo despiojó, lo vistió, lo albergó, lo nutrió y abrevó durante algo más de dos meses, en el curso de los cuales el hospedado se mostró casi tan dulce y tratable como el Viejo del mar que se había asido a Simbad el Marino, con una sola diferencia: que era un ebrio demasiado experimentado como para desembarazarse de él con el simple auxilio de unas uvas exprimidas dentro de una calabaza. El Sr. H. R. trató de persuadirlo amablemente de que buscara abrigo en otra parte; entonces el huésped se enfadó, amenazándole con presentar una denuncia ante el consejo de notables (¿por qué ante el consejo de notables?) acusándolo de haberlo SECUESTRADO durante dos meses, impidiéndole trabajar. Sólo se calmó luego de recibir una cierta suma que le permitió terminar sus días con des- ahogo honorable y respetado.

Hay secuestrados más verdaderos y más interesantes. No se ha dejado de observar que gran número de jóvenes son arbitrariamente quitados a sus familias, no sabemos con qué intención, y sólo les son devueltos al cabo de tres años. Permanecen encerrados entre murallas y bajo vigilancia. Sin duda para facilitar esta última tarea, la persona o la asociación que los retiene encuentra un placer extraño vistiéndolos de colores vivos. Estos raptos son tan antiguos y se renuevan tan periódicamente, que ya no se les presta atención. No es tan absurda la frase de la cocinera que pretende que los cangrejos se acostumbran a la cocción, aunque no sean los mismos que se ponen a hervir. Quizás esos abusos sean demasiados como para que se pueda intentar siquiera castigarlos.



LA RISA EN EL EJERCITO

Nos informan que hace poco los miembros de un consejo de revisión no han vacilado en privar a la defensa nacional de uno de sus futuros sostenes exceptuando del servicio a un conscripto no porque fuera de ninguna manera inepto o mal constituido, sino por la única razón de que era demasiado feo. La autoridad militar estimó que semejante rostro provocaría en las filas una hilaridad perjudicial para la disciplina. En la decisión del consejo creemos ver, no sin dolor, el quebranto de las sanas tradiciones francesas: la más nacional de todas, la risa, desaparecida del universo, parecía haberse refugiado en el ejército, como lo certifican esas dos grandes figuras, Dumanet y Ramollot. La mejor prueba de su valor cómico reside en que provocan hilaridad justamente a hombres que viven bajo la amenaza perpetua de un código cuyos menores artículos condenan a la pena de muerte o al calabozo. Pensábamos que era esa una hermosa escuela de coraje y que si tal o cual jefe permitía que uno de sus giros o discursos se prestaran a alguna sonrisa, lo hacía de exprofeso, para enseñar a sus subordinados a afrontar el peligro con esa misma sonrisa en los labios. Los griegos, cuando partían a la guerra, se llevaban a Tersites. Pero parece que, según el nuevo decreto, en Francia ocurrirá de manera distinta a partir de ahora. Debe entenderse que la alegría que los superiores procuraban a sus subordinados era involuntaria; nunca lo hubiéramos creído. Las armas, en lo futuro, serán presentadas con seriedad. Pero ¿se imaginan ustedes, por ejemplo, a dos militares que practican ese ejercicio y que no pierden la seriedad cuando el cabo refuerza su orden con una de esas frases que el soldado oye todos los días, como esta, inmortal, que consagró Charly: "¡Ustedes dos hacen un lindo trío!"?

A pesar de todo, nos inclinarnos ante la sabiduría del consejo Y sólo interpondremos algunas tímidas objeciones: lº) Si es loable tener sólo hermosos soldados y exceptuar por causa de fealdad, ¿cómo valorar esos casos de fealdad, desde el momento que cada mayor o comandante de reclutamiento puede juzgar de manera diferente, obedeciendo a sus gustos personales? 2º) Según la nueva costumbre, ¿sería bueno quizás abolir el uniforme en provecho de nuevas vestimentas más sentadoras, atendiendo una intención estética? 3º) Sería deseable que esta ley no tuviera efecto retroactivo porque, si se nos permite hablar así sin irreverencia ¡qué convulsión podría producirse entre los cuadros superiores!



CINEGETICA DEL OMNIBUS

De las diversas especies de fieras y paquidermos aún no extinguidos dentro del territorio parisiense, ninguna, sin duda, reserva más emociones y sorpresas al cazador que el ómnibus.

Algunas compañías se han reservado el monopolio de su caza. A primera vista, uno no se explica su prosperidad: la piel del ómnibus, en efecto, no tiene ningún valor y su carne no es comestible.

Existe gran cantidad de variedades de ómnibus, si se los distingue por el color; pero esas sólo son diferencias accidentales, debidas al hábitat y a la influencia del medio. Si el pelaje del "Batignoles-Clichy-Orden", por ejemplo, tiene un matiz que recuerda el del enorme rinoceronte blanco sudafricano, no habrá que buscar otra causa de ello que las migraciones periódicas del animal. Ese fenómeno de mimetismo no es más anormal que el que se manifiesta entre los cuadrúpedos de las regiones polares.

Propondremos una clasificación más científica, en dos variedades cuya permanencia está bien reconocida: 1º) la que disimula sus rastros; 2º) la que deja una pista aparente. Las huellas de esta última se hallan extraordinariamente apretadas, como si hubieran sido producidas por una reptación, y son tan semejantes a la traza dejada por el paso de una rueda que pueden ser tomadas como tales. Los naturalistas discuten aún sobre si la primera variedad es la más antigua o si es que sólo ha retornado a una existencia más salvaje. Sea como sea, es indiscutible que la segunda variedad es la más estúpida, ya que ignora el arte de disimular sus rastros; pero -y esto explicaría que aún no se haya extinguido totalmente- es, según todas las apariencias, la más feroz, a juzgar por sus gritos, que hacen huir a los hombres ante su paso, presas de tumultuoso pánico, y que sólo es comparable al del pato o del ornitorrinco.

Dada la gran facilidad con que es posible descubrir la pista del animal, facilidad decuplicada por su curiosa costumbre de volver a pasar siempre por el mismo camino en sus migraciones periódicas, la especie humana se ha ingeniado en atraparlo en trampas dispuestas en el recorrido. Con un sorprendente instinto, al llegar la pesada mole a un punto peligroso, da media vuelta y rehace su camino en sentido inverso, teniendo cuidado, esta vez, de confundir sus rastros haciéndolos coincidir con las precedentes trazas.
Se han ensayado otros sistemas de trampas, especies de chozas dispuestas, a intervalos regulares, a lo largo de la ruta y bastante semejantes a las que sirven para la caza en los pantanos. Un grupo de intrépidos se oculta allí y acecha al animal. Las más de las veces éste lo espanta y se aleja, no sin expresar su furor por medio de un fruncimiento de su piel posterior, azul como la de ciertos monos y fosforescente por la noche; esa mueca imita muy bien, en arrugas blancas, el grafismo de la palabra "completo".

Sin embargo, algunos especímenes de la especie se han dejado domesticar: obedecen con suficiente docilidad a su domador, que los hace adelantarse o retroceder tirándoles de la cola. Este apéndice difiere un poco del de los elefantes. La Sociedad Protectora de Animales ha obtenido -de la misma manera que en el Tibet se deposita la adiposa cola de ciertos carneros sobre un carrito- que la del ómníbus sea protegida por una empuñadura de madera.

Esta medida compasiva es bastante desconsiderada, pues los individuos salvajes devoran a los hombres atrayéndolos con una fascinación semejante a la de la serpiente.

Como consecuencia de una complicada adaptación de su aparato digestivo excretan a sus víctimas todavía vivas, después de haber asimilado las partículas de cobre que hubieran podido extraerles. Una prueba de su buena digestión es que la absorción en la superficie –la epidermis dorsal- es exactamente la mitad de la absorción en el interior.

Conviene quizás relacionar con este fenómeno la especie de alegre pedorrea que precede invariablemente a sus comidas.

Algunos viven en una extraña simbiosis con el caballo, que parece ser para ellos un peligroso parásito: su presencia está caracterizada, en efecto, por una rápida disminución de las fuerzas motrices, que son por el contrario muy notables en los individuos sanos.

Nada se sabe de sus amores ni de la manera de reproducirse.

La ley francesa parece considerar a esas grandes fieras como nocivas, pues no veda su caza en ningún período del año.



ANTROPOFAGIA

Esta rama demasiado olvidada de la antropología, la antropofagia, no se muere; la antropofagia no ha muerto.

Hay, como se sabe, dos formas de practicar la antropofagia: comer seres humanos o ser comido por ellos. Hay también dos maneras de probar que uno ha sido comido. Por el momento sólo examinaremos una: si La Patrie del 17 de febrero no ha disimulado la verdad, la misión antropofágica enviada por el diario a Nueva Guinea habría logrado un éxito total, tanto que ninguno de sus miembros habría regresado, excepción hecha, como corresponde, de dos o tres especímenes que los caníbales tienen la costumbre de dejar con vida para encargarles trasmitir sus saludos a la Sociedad de Geografía.

Antes de la llegada de la misión de antropofagia, es verosímil pensar que, entre los papúes, esta ciencia se hallaba en pañales: le faltaban los primeros elementos, los materiales, nos atreveríamos a decir. En efecto, los salvajes no se comen entre ellos. Más aún, se desprende de varios ensayos de nuestros valerosos exploradores militares en África que las razas de color no son comestibles. No debe extrañarnos pues el recibimiento solícito que los caníbales dieron a los blancos.

Sería un grave error, sin embargo, no ver en la carnicería de la misión europea más que una baja glotonería y un puro interés culinario. Este hecho, a nuestro entender, pone de manifiesto uno de los más nobles impulsos del espíritu humano: su propensión a asimilar todo aquello que encuentra bueno. Constituye una vieja tradición, en la mayor parte de los pueblos guerreros, devorar tal o cual parte del cuerpo de los prisioneros, en la suposición de que encierra diversas virtudes: la bondad, la valentía, la buena vista, la perspicacia, etc. El nombre de la reina Pomaré significa "comeojo". Esta costumbre ha sido algo abandonada cuando se empezó a creer en localizaciones menos simples. Pero se la vuelve a encontrar en los sacramentos de varias religiones basadas en la teofagia. Cuando los papúes devoran exploradores de raza blanca entienden practicar una comunión con su civilización.

Si algunas vagas concupiscencias sensuales se han mezclado en el cumplimiento del rito es porque las sugirió el propio jefe de la misión antropofágica, el Sr. Henri Rouyer. Se ha observado que habla insistentemente, en su relato, de su amigo "el buen gordo Sr. de Vriés". Los papúes, a menos que se los suponga excesivamente ininteligentes, lo han interpretado de esta manera: bueno, es decir, bueno para comer; gordo, es decir, habrá para todo el mundo. Es difícil que no se hicieran del Sr. de Vriés la idea de una reserva de alimento vivo prevista para los exploradores. ¿Cómo éstos hubieran dicho que era bueno si no hubieran apreciado su calidad y la cantidad de su corpulencia? Por otra parte, está demostrado, para cualquiera que haya leído relatos de viajes, que los exploradores sólo sueñan con comidas. El Sr. Rouyer confiesa que ciertos días de hambre "abastecían sus estómagos con orugas, gusanos, langostas, hembras de termitas..., insectos de una especie aún rara para la ciencia". Esta búsqueda de insectos raros ha debido parecer a los indígenas un refinamiento de glotonería; en cuanto a las cajas de colecciones, era imposible que no las tomaran por extraordinarias conservas reclamadas por estómagos pervertidos, tal como nos imaginamos nosotros, hombres civilizados, el estómago de los antropófagos.

Fuatar, jefe de los papúes, propuso al Sr. Rouyer el cambio de dos prisioneros de guerra por el Sr. de Vriés y el boy Aripan. El Sr. Rouyer rechazó esta oferta horrorizado... Pero se apodera clandestinamente de los dos prisioneros de guerra. No vemos ninguna diferencia entre esta actitud y la del ratero que rechazara, no menos horrorizado, la invitación a pagar una cierta suma por la adquisición de una o varias piernas de carnero, pero que hurtara, ausente el carnicero, esos miembros comestibles. El Sr. Rouyer ha tomado dos prisioneros. ¿Qué ha hecho el Sr. Fuatar, jefe de los papúes, al estipular el precio de la liberación del boy y del Sr. de Vriés sino establecer el monto legítimo de su factura?

Hay, decíamos al comienzo, una segunda manera, para una misión antropofágica, de no volver, y este método es el más rápido y más seguro: que la misión no parta.



SOBRE ALGUNAS VIOLACIONES LEGALES

Sobre el tema de la violación, así como sobre otros más abstrusos, el legislador ha sabido contentar tanto a los espíritus simples como a los filósofos; a éstos por su sabiduría insondable, a aquéllos por su amable absurdidad. Ha acudido a su habitual procedimiento: ha prohibido expresamente la violación en ciertos casos designados, según todas las apariencias, al azar; en otros casos, no menos arbitrarios, la ha recomendado, sin motivo, de manera aún más expresa.

Esta contradicción se justifica si se considera que el legislador no responde más que de su capricho, o bien si se toma uno el trabajo de desentrañar, bajo ese capricho, una ley que sea el espíritu mismo de la Ley: el legislador, amigo del orden y de la armonía, experimenta un extremado goce en los movimientos de conjunto, aprueba no importa qué actos, siempre que sean cumplidos por una multitud. Recíprocamente, detesta ver al ser humano agitarse aisladamente. Es así que uno no podría, sin disgustarle, hacer la guerra por sí solo. Recordemos, a propósito, que se leerá más provechosamente el Código, restituyendo toda su amplitud a una expresión que se halla escrita en él abreviadamente: la ley. Se debe leer: la ley (del más fuerte). El contexto da fe de ello.

Ahora bien, como la violación es por excelencia el acto que requiere el más reducido número de colaboradores, se ofrece a sí mismo a las iras del legislador. Este, sin embargo, en su mansedumbre, lo autoriza a veces, hasta lo prescribe, en dos casos severamente reglamentados.

Se recordará sin duda un reciente misterio: una niñita desapareció al salir de la casa de sus padres con la intención de adquirir, para sustentarlos, un hígado de ternera. Raptada por unos nómadas, fue hallada dos días después en los lindes de un bosque. Los animales salvajes habían respetado la víscera, encerrada en una canasta, pero hay viejas supersticiones populares que aún tienen vigencia en la gente y la policía, a propósito de seres mitológicos que pueden hallarse en un rincón de un bosque y que reciben la denominación de sátiros. Luego ¿la niña había sido violada?

Es aquí donde resplandece la deslumbrante sagacidad del legislador. La violación está prohibida en todas partes a los nómadas, al menos en perjuicio de hijos de padres sedentarios, de la misma manera que les está prohibido estacionarse en el territorio de ciertas comunas (¡aunque sea bien evidente que si se estacionan no son nómadas!). No obstante el legislador era impotente en cuanto a verificar si algún nómada o sátiro había perpetrado el delito. ¿Qué se le preguntaba, entonces? Si la violación había tenido lugar o no. Resolvió pues hacer de manera que hubiera tenido lugar, con la intervención de una criatura de las suyas, persona como él sagaz, astuta, respetable y autorizada.

Es así que, sobre el cuerpo intacto de la niña, un médico -pues hay que llamarlo por su nombre- estuvo encargado del estupro oficial.

De igual manera, bajo la mirada benevolente de la ley, y frecuentemente con el apoyo -hay que confesarlo- de la Iglesia, seres lúbricos hay que raptan a jóvenes puras o tomadas por tales. Sospechosos personajes que reciben el afrentoso y obsceno nombre de testigos, les prestan ayuda. La Prensa, desde hace años, sostiene una campaña que debiera conducir al apresamiento de los delincuentes. Vanamente los periódicos dedican columnas enteras a dar los nombres, apellidos y guaridas de esas bandas de sátiros, bajo la rúbrica “anuncios de casamientos” o “casamientos” o “casamientos en el gran mundo”.

Digamos, para disculpa de la Iglesia, que ésta no bendice la violación más que cuando el delincuente se compromete, por declaración pública, hermosos escritos y retracción pública, a practicar otras, las cuales no serán ya violaciones, y a no mancillar a otras víctimas durante el resto de sus días.

Hemos dicho bastante sobre la incoherencia de la Justicia, para ayudar a comprender el símbolo cínico de su Balanza: cada uno de sus platillos tira para su lado; por desgracia, son ellos los que tienen razón, puesto que emplean el mejor método posible para establecer el equilibrio.

1 comentario:

  1. Pueden descargar la selección completa aquí...

    http://www.mediafire.com/view/?ai9mwoaad09s0ci

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